FIN A LA CORRUPCIÓN… ¡¡¡POR DECRETO!!! (SEXTA PARTE) 1

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El punto de partida de todo esfuerzo en contra de la corrupción es la voluntad política, que dé impulso a la voluntad social.

Desafortunadamente, en la llamada “reforma anticorrupción” se advierte todo, menos voluntad política para combatir esa lacra social. En su lugar, esa voluntad ha sido, una vez más, simple y sencillamente usurpada por la simulación, el engaño, y, a fin de cuentas, por la conocida política del gatopardismo (de la novela Il Gattopardo, publicada en 1958, en la que Tancredi expresa: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”).

La reforma anticorrupción es, ni más ni menos, que la simulación del gatopardismo: cambiar todo… para que todo permanezca igual.

No hace mucho, un secretario de Estado mexicano (el de la Función Pública, ¡precisamente uno de los supuestos encargados de combatir la corrupción!) dijo que la corrupción es una cuestión cultural. El mensaje detrás de ello, cuando menos así se pudo entender, es que lo mejor es resignarse: la corrupción es un fenómenos que está en el ADN mexicano, y respecto del cual poco o nada se puede hacer.

Existe una gran cantidad de definiciones de lo que puede entenderse por “cultura”. Sin embargo, podemos considerar como válido expresar, de manera muy sintética, y sin pretender ser simplista, que “cultura” es toda expresión de un grupo humano, con conciencia de identidad fìsica o espiritual, que atiende a una época, un territorio o una forma de pensar específicos. Así, por ejemplo, cuando se dice que el rock es cultura, efectivamente lo es. Lo mismo del denominado grafiti. Y también puede decirse de una forma determinada de vestir, de alimentarse, de hablar, de pensar o de actuar.

La cultura, por tanto, crea un ambiente en el que una comunidad se desenvuelve. Pero es erróneo pensar que el individuo está necesariamente condicionado por las expresiones de cultura del ambiente en el vive. Hay una interacción evidente en la que si bien es cierto que las personas responden a cierto entorno cultural; también lo es que son las propias personas las que crean esa cultura y sus diversas manifestaciones. Es decir, que la existencia humana no se puede reducir al mero fatalismo, sino que la realidad se puede moldear, ajustar y transformar por los mismos sujetos que forman el cuerpo político y social.

Si las personas misma pueden cambiar su entorno cultural, ¿es posible, entonces, en el tema que nos ocupa, transitar de una cultura de la corrupción hacia una verdadera cultura anti-corrupción?

El autor de estas líneas considera que sí. Como también reitera que la reforma constitucional y legal mexicanas que le siguen, sólo permiten continuar con los privilegios de unos cuantos. En especial de toda (sí, toda, sin la excepción de colores o signos) la denominada “clase política”, así como de los grupos de poder, de cualquier estrato social, que se encuentran coludidos con ésta, de las organizaciones sociales parasitarias, lo mismo que de muchas empresas (en su sentido más amplio) e individuos que indebidamente lucran en y por la corrupción.

La corrupción, lo hemos dicho desde el principio de esta serie, se nutre desde el poder, pero también desde la sociedad. Es una forma de vivir, de convivir y hasta de sobrevivir.

Y con todo… lo más absurdo es creer que se le puede combatir… ¡¡¡Por simple decreto!!!

¿Qué hacer, entonces?

Mucho por hacer. Mucho más que la simulación del gatopardismo. Mucho más que la simulación, para que nada cambie. Mucho más que el engaño hecho reforma constitucional y legal. Mucho más…

De ello nos ocuparemos en la siguiente entrega…

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